Hola Barcelona

13 enero 2007

Peter Frampton

Se llamaba Peter Frampton.
Estoy en un ascensor.
En el ascensor de un hotel de Sao Paulo.
Busco cruzarme con él.
Y luzco un vestido de broderie blanco.
Me mira, lo cual me sorprende.
Le pido un autógrafo y por el tono de su voz
leo cierta desilusión,
que es la mía.
Me desilusiona su malhumor.
(¿Vuelvo a escuchar sus discos?)
A él mi juventud, que se lee en
cierta premura de mi voz, en
cierta ansiedad.

Tengo 15 años.
Pronto voy a cumplir los 16.
Y en los tempranos años 80,
deseo ser hotelera.
Lo hablo con mi padre y
los dos acordamos lo mismo:
Hotelería.

Al recuerdo de esos años
me llevará mi hijo
que expresa en su pregunta
los sueños que he tenido
durante la noche:
“Ese rulito de manteca parece un quesito.”
Miro la forma arremolinada cifrada
en la cajita de plástico de
la manteca asturiana:
Símbolo de todo lo que debo de ganarme
por mí misma:
cierto confort y cierto placer estético
más allá del desarreglo,
desprecio del mundo,
que alguien nombró
y que hoy me parece
tan exacto.

Repongo la historia:
¿Por qué abandoné esa primera profesión
que se ofrecía a mí a
la salida de la escolaridad?
¿Por qué rechacé esa forma
de estar en el mundo?